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El Negro limpiaba por inercia sus anteojos de lectura, aunque ya tenía un ojo ciego y casi no se acordaba de cómo se leía.  A veces, solo a veces era consciente de su propio deterioro. La mayoría del tiempo vivía en su mundo, cuidado celosamente por un conjunto de mujeres que su corazón reconocía, pero su memoria ya no.   Esa tarde lo habían sacado a pasear. Él jugaba con sus dedos mientras trataba de hilar una frase coherente en su mente, que pudiera después expresarla con sus labios. Conocía a esa muchacha que pacientemente le leía las noticias del día. ¿Sería su esposa? ¿Su hija? ¿Tenía hijas? Sus pocos recuerdos lo llevaban a su juventud, a las caballerizas donde prestó el servicio militar, y antes, mucho antes. Pero la imagen que le devolvía el espejo cada mañana no se correspondía con la edad que él sentía tener. Esa maldita enfermedad…   —Nono, mirá. ¿Vos no tenías un auto así? — (Nono) La imagen que le muestra lo lleva a sus primeros años de casado, su Ford del año 39, su viejo

DEJA VU

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Abrió un ojo con cautela. Luego el otro. Inspiró hondo y exhaló despacio. Contó hasta diez. Luego hasta veinte. Se sentó en la cama y abrió los brazos para quitarse la pereza. Tronó la espalda y movió los pies en círculos, primero hacia la derecha, luego hacia la izquierda. Una sonrisa le brotó bajo el bigote prolijamente recortado. Iba a ser un gran día. Todavía no entendía cómo lo había logrado, pero no iba a perder ni un minuto elucubrando conclusiones. Le habían hecho caso y era lo único que le importaba. El silencio resonaba en la casa vacía.  Paz. Era consciente de su vejez y de su deterioro. Sabía que necesitaba de los demás. Pero estaba harto. Tanto cuidado excesivo terminaba por dañarlo. Nadie lo entendía. Ni sus hijos, ni sus nietos, ni los hijos de sus nietos... Paz. Solo eso. Un día. Un ratito siquiera. Desayunar sus huevos revueltos y el café que tanto le gustaba sin pensar en protectores gástricos. Recorrer a su ritmo un parque solitario. Llenar s

RITUAL

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Sus manos bien arregladas y manicuradas estaban inquietas. Acariciaban su propio cuerpo desde el cuello hasta su lugar íntimo de placer, allá al sur del ombligo. Cuando el ardor de la piel llegó a su cenit, recordó que no solo sus manos podían darle placer... Su casa, su templo solitario velaba su desnudez envolviéndola en sombras sugerentes. Se sentía bien, poderosa, la música fuerte, los aceites quemándose impregnaban la habitación, y el jazmín se mezclaba con el olor de su propio sexo, de su sudor. El vacío delató su presencia en forma de un latido doloroso en la entrepierna. Sin dejar de tocarse ni de mirar hacia adelante, hurgó en su mesa de luz y dio con su juguete, aquel que solo ella sabía que existía. ¿Se puede tener un romance con un objeto sin vida? Claro que sí. Ella lo sabía. Era su consentido. Su alivio en las noches silenciosas, en aquellas donde su imaginación volaba a los brazos de sus amantes invisibles, mientras lo introducía en su interior. Lentamente. Firm

CAMINO

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Volví a recorrer cada uno de nuestros lugares: La vereda donde te conocí. Aquella puerta, la del primer beso. El café de la primera pelea. El hotel donde me hiciste el amor. La librería que tanto nos gustaba. Tu restaurante favorito. El parque de los eternos paseos. El teatro donde me propusiste matrimonio. La iglesia que oyó nuestros votos. El aeropuerto que nos vio partir rumbo a la luna de miel. El hospital donde tuve a nuestro hijo. La placita donde dio sus primeros pasos. La oficina donde trabajabas. La casa que alquilamos, cerca, con piscina y jardín. La hamaca paraguaya donde tomabas tus siestas. La reja floja de la piscina que nunca reparaste. El fondo azul que vio morir a mi bebé por tu descuido. El garage donde me cobré tu vida. El árbol debajo del cual te enterré... Aquí termina mi camino: mientras la soga me apreta el cuello y escucho sirenas de policías a lo lejos. Fue una buena vida. Que no podía tener otro final.

STALKER

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No sé. Es medio raro. Conocernos así  ¿no pensás en el peligro? Estamos rodeados de acosadores.  Somos grandes, ya sé, pero nadie está completamente a salvo. Todos somos potenciales presas  de algún desquiciado.  Sí, las redes sirven para esto y se prestan para todo. Pero mirá que stalkear para sacar un número de telefono, una dirección o incluso el lugar y el horario de trabajo... es bastante escalofriante.   Está bien, nos juntaríamos en algún lugar público. Pero seamos realistas, si hay buena onda (y soy un encanto, va a haber) terminaremos por pasar la noche en mi casa. Y ahí está el verdadero riesgo: una vez adentro tomaremos un vino y nos daremos unos besos. Y cuando los sentidos están aturdidos nos volvemos vulnerables. Las cosas más simples pueden ser un arma. Objetos sencillos se convierten en trampas peligrosas. Son tiempos tan violentos...  No sé. Tengo mis dudas. Pienso en secuestros, violaciones, extorsiones, gente desaparecida, incluso asesinatos. Soy des

Ex Novia

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_ No entiendo por qué se les hace tan difícil quererme bien. No pido mucho: amor y respeto. Lo normal. Después de todo ¿quién no quiere un poco de normalidad en su vida? Pero no. No se atreven. O son cobardes o son inmaduros, o una fatal mezcla de ambas cosas. Y la que resulta lastimada soy siempre yo... ¿acaso creen que no siento nada? Me duele el desamor y la indiferencia. No soporto la traición. Me violentan las mentiras. Soy joven, soy hermosa e independiente. No tengo familia a quien rendirle cuentas. Soy sumamente encantadora e inteligente. Tengo mis mañas, como cualquier mujer y busco lo que la mayoría de ellas: un hombre, un compañero, alguien que se quede, que se entregue por completo.  Luego de un tiempo todos cambian y sólo quedan vestigios de lo que eran al principio. Yo decido quedarme con lo bueno. Elijo ser así y me hago cargo. Prefiero darle un cierre a las historias y preservar para siempre los recuerdos... De Luis me gustaba la altura. 1.90 de pura
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La casa estaba llena de monstruos. Siempre había sido así.  Era normal verlos caminar, entrar, salir, mover cosas, arrojar otras. Los gritos ya no la atormentaban. Tampoco los arañazos ni los tirones de pelo. Se había acostumbrado a los empujones, a los mordiscos en la oscuridad, a las marcas rojas que le dejaban en la piel. Ella todos los días ordenaba el desastre que hacían. Limpiaba los destrozos, las inmundicias, llorando sus miedos y su asco en silencio.  Eran fantasmas de ojos velados y aromas ácidos. De dedos fríos y voces lastimeras. Eran seres que arrastraban los pies al caminar, adormilados, por los pasillos. Eran entes oscuros que por las noches entraban entre sus sábanas para hacer cosas indecibles entre sus piernas, mientras el terror paralizaba su cuerpo y le impedía gritar. Luchar significaba más violencia, más dolor, más vergüenza.  Y ella, sola en el mundo a sus doce años, no podía escapar. Al fin y al cabo a aquellos monstruos los llamaba mamá