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Mostrando entradas de febrero, 2019

La Venganza de la Caperucita Roja

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Una lágrima solitaria rodaba en mis mejillas teñidas de sangre dejando un surco rosáceo antes de caer al río. El cuerpo deforme y relleno de piedras del Lobo dio dos vueltas por la orilla antes de desaparecer bajo las aguas oscuras que lo sepultaron. Nada quedaba, nada. Sólo el vacío y el miedo latente anidado en la boca del estómago. Todo comenzó aquella mañana. Aunque venía de mucho antes.   El malestar de mi abuela que vivía sola en el medio del bosque me dio la excusa perfecta para huir de mi casa. La misma que mi madre y su amante, el Leñador, habían convertido en un centro de torturas. Vestí mi caperuza de lana roja y disimulé con ella la manta que escondía en la espalda con dos o tres mudas más de ropa. En una canasta llena de víveres y flores, oculté algunas monedas, una navaja y unos cuantos fósforos. Tras un viejo roble, no muy lejos de la casa, me esperaba el temido Lobo Feroz. De pelaje oscuro, grandes ojos y orejas largas, el Lobo era el

Inestable

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Su corazón dio un vuelco en el mismo instante en que puso un pie en el pórtico de ese lugar. ¿Allí irían a vivir? Con los ojos nublados por las lágrimas se obligó a entrar. Le dio un empujoncito a su hijo, que estaba de pie delante suyo mirando alrededor, para que siguiera avanzando, y bajó el único y medio destruido escalón de la entrada. Era un conventillo de vagabundos y prostitutas. Le asignaron la última habitación, la más cercana a la casa principal. Un espacio pequeño, de un celeste perturbador en sus rústicas paredes, con baño compartido. Miró a su alrededor sin encontrar la voluntad para moverse, en su interior rogaba que todo fuera un mal sueño y despertar en algún otro lugar. Aunque no tenía una casa a la cual llamar “suya”, ni siquiera una casa a la cual volver… Solo esto. Esta pequeña, fría y atemorizante pieza. Esperaba que su hijo no recordara estos días aciagos. Se consolaba al pensar que era muy pequeño aún. Pero por otro lado… era tan pequeño aún… y había u

Hola oscuridad mi vieja amiga

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Clementina

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Clementina despertó cerca de las 6, cuando aún no estaba claro del todo. Peinó su largo cabello, ya gris y lo ató en un estricto moño en la nuca. Tomó una botellita de gres, la descorchó, mojó la punta del índice con su contenido y lo pasó por el cuello, el escote y detrás de las orejas. Sacó de un baúl una saya cómoda y una blusa blanca de algodón liviano. Sus vestidos más elegantes habían quedado en el fondo del mar, luego del naufragio del barco en el que volvía de Europa a la casa paterna años atrás, tras la escandalosa separación de su esposo Edouard. Salió de su habitación, cerrando con llave tras de sí. Las tareas para mantener incólume a la Quinta Los Ombúes eran muchas y le llevaban gran parte del día. Alguien tenía que hacerlas. Ya no había servidumbre en la casona. Los últimos se habían marchado tras la muerte de su madre, la célebre Mariquita Sánchez de Thompson. Tomó un desayuno frugal en la galería, donde el calor de aquel día de verano se soportaba graci

VIAJE ASTRAL

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Hay una edad en la que no se puede elegir, en la que a veces no hay voz suficientemente fuerte, ni mucha credibilidad... adolescencia le llaman. Cora no podía explicar el miedo visceral que se le alojaba en la boca del estómago cada vez que iban a las cabañas de Tupungato que les prestaba uno de sus tíos. Había intentado contarle a sus padres la sensación de asfixia que sentía cada vez que se acostaba, el sopor que la conducía a sueños inquietos e inquietantes de los que le costaba despertar. Iba porque la llevaban, pero le espantaba ese lugar. No había causa visible más que esa presencia que solo ella parecía percibir, y ese aroma dulzón que no correspondía a nada conocido. Había intentado hablar con sus padres, en vano. Mañas, decían. Caprichos. Ese fin de semana largo, el de Pascua, estaba particularmente oscuro y frío, y el miedo inexplicable se le trasladaba a las manos en forma de un temblor incontrolable. Compartía la habitación con sus dos primas, más

Cartas para Ainhoa

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Cartas para Ainhoa ( inédito ) Los lunes eran terribles para Ainhoa. No solo por ser lunes, sino por el pánico que le causaba algo tan simple como revisar su buzón en la planta baja del edificio. Se sentía amenazada por ese locker gris con cerradura que podía (o no) encerrar secretos que barrerían (o no) con su cordura. La incertidumbre era su enemiga, tanto o más que el cartero. Era el quinto domicilio en dos años. Había cambiado su apellido, su aspecto, sus números de teléfono, su trabajo. Sin embargo las cartas seguían llegando adonde ella estuviera. Sin remitente, solo una dirección vieja y una palabra: Mañana. Tipeada a máquina, en tinta negra, eme mayúscula, el resto en minúsculas, la virgulilla de la eñe borrada hacia el final y la última a remarcada más que el resto. Con un punto final redondo y contundente como el mensaje que encerraba. Mañana . La primera carta que recibió, la había llenado de expectativas. Tenía por ese entonces un noviazgo incipi

Acto de Entrega de Premios a ganadores INNOVARTE.

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INNOVARTE. Fondo Municipal para industrias creativas. Acto de entrega de premios a ganadores Innovarte 2018. Concurso literario Liliana Bodoc. Vanina Marquéz

(Improvisación)

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(Improvisación) Anochecía. Ella llegaba cansada del trabajo. Dar clases en una secundaria le resultaba agotador en todos los sentidos. Encontró la puerta entreabierta, pero era tal su fatiga que no le dio ninguna importancia. Simplemente cerró de un portazo, se sacó los tacones a medida que se dirigía al sofá y se dejó caer de espaldas, con un brazo sobre la frente y el otro rozando el piso. Dormitó unos pocos minutos y despertó sobresaltada. No le quedó vestigio alguno de su eño una vez que descubrió que la licuadora se había encendido sola en la cocina, atrás de ella. Se acercó con el corazón en la boca, y una mano a la altura del pecho como si pudiera frenar los latidos desacompasados que le aturdían hasta los sentidos. Respiró hondo para controlar las náuseas al apagar el aparato que rugía con algo trabado en el interior. En el vaso de vidrio, manchado de rojo, vio restos de las patas blancas y peludas de Sarmiento, su gato. El alarido desesperado que brotó de su garganta f

NOVIA ETERNA (cuento inédito)

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Vamos con un poco de amor y fantasía para acompañar a tantos enamorados... NOVIA ETERNA (cuento inédito) (Repost) Ella vestía de negro. Negro mate. Negro brillante. Negro descolorido. Negro aterciopelado. Por cábala o superstición. Por un miedo arraigado al alma. Ella vestía de negro, porque a él le gustaba cuando usaba ropas de colores. Y Dios no quisiera que sin querer, un atisbo de estampado colorido lo trajera de vuelta. Y a pesar que las cicatrices era profundas y difíciles de ocultar, ella sabía con certeza que si él llamaba, ella acudiría. Así de grande y terrible había sido el encanto al que había sido sometida tiempo atrás por ese hombre singular. La primera vez se le había aparecido cuando ella regresaba de noche a su casa desde la facultad, con su vestido de flores preferido. Era alto, hermoso y de mirada letal. La había estudiado de arriba abajo sin decir palabra. La tomó de la cintura con arrojo y descaro, y voló con ella hasta el balcón de un hotel cercano.