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Mostrando entradas de marzo, 2020
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El Negro limpiaba por inercia sus anteojos de lectura, aunque ya tenía un ojo ciego y casi no se acordaba de cómo se leía.  A veces, solo a veces era consciente de su propio deterioro. La mayoría del tiempo vivía en su mundo, cuidado celosamente por un conjunto de mujeres que su corazón reconocía, pero su memoria ya no.   Esa tarde lo habían sacado a pasear. Él jugaba con sus dedos mientras trataba de hilar una frase coherente en su mente, que pudiera después expresarla con sus labios. Conocía a esa muchacha que pacientemente le leía las noticias del día. ¿Sería su esposa? ¿Su hija? ¿Tenía hijas? Sus pocos recuerdos lo llevaban a su juventud, a las caballerizas donde prestó el servicio militar, y antes, mucho antes. Pero la imagen que le devolvía el espejo cada mañana no se correspondía con la edad que él sentía tener. Esa maldita enfermedad…   —Nono, mirá. ¿Vos no tenías un auto así? — (Nono) La imagen que le muestra lo lleva a sus primeros años de casado, su Ford del año 39, su viejo

DEJA VU

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Abrió un ojo con cautela. Luego el otro. Inspiró hondo y exhaló despacio. Contó hasta diez. Luego hasta veinte. Se sentó en la cama y abrió los brazos para quitarse la pereza. Tronó la espalda y movió los pies en círculos, primero hacia la derecha, luego hacia la izquierda. Una sonrisa le brotó bajo el bigote prolijamente recortado. Iba a ser un gran día. Todavía no entendía cómo lo había logrado, pero no iba a perder ni un minuto elucubrando conclusiones. Le habían hecho caso y era lo único que le importaba. El silencio resonaba en la casa vacía.  Paz. Era consciente de su vejez y de su deterioro. Sabía que necesitaba de los demás. Pero estaba harto. Tanto cuidado excesivo terminaba por dañarlo. Nadie lo entendía. Ni sus hijos, ni sus nietos, ni los hijos de sus nietos... Paz. Solo eso. Un día. Un ratito siquiera. Desayunar sus huevos revueltos y el café que tanto le gustaba sin pensar en protectores gástricos. Recorrer a su ritmo un parque solitario. Llenar s